Somos un cuerpo territorio. Es nuestro país de origen. Ahí proyectamos nuestras creencias, pensamientos y utopías. Los mundos alternativos, para mí, son las mil y un encarnaciones de personajes que nos inventamos para habitar ese territorio. Cada personaje es un mundo. Dentro y fuera de la escena. Podemos aferrarnos a uno de nuestros personajes favoritos. Siempre he deseado que el mundo escénico sea una metamorfosis. Debería ser la norma. Pero no siempre. Técnicas, estilos y modas nos pueden anclar en la comodidad, en la rutina. Y esa comodidad convierte a nuestro territorio, el cuerpo, en un campo predecible y mecánico. Hasta que un día el mismo cuerpo manda un impulso que dice: “Ya basta. Me cansé de representar a este personaje. Continuemos, cambiemos de piel.” Ese momento promete algo fascinante para el espectador pero aterrador para el creador. Porque de entre todos los personajes y estilos y técnicas que ha venido encarnando, de pronto ese cuerpo/territorio desecha todos. Se queda sin nada. Y vuelve al origen. ¿Por qué me fascina tanto este fenómeno en el coreógrafo, en el músico o escritor? ¿Por qué un halo de misterio rodea al que tiene el don de dar vida al origen? ¿Por qué despierta, igualmente, un anhelo, una nostalgia a la vez que un enamoramiento? ¿En qué dimensiones de lo desconocido nos introduce?
Los aborígenes australianos llaman a nuestra civilización El Gran Olvido. Dicen que hemos olvidado quiénes somos. De dónde venimos. Y VIVIMOS ETERNAMENTE NOSTÁLGICOS. Dicen que hemos perdido todo arraigo con la naturaleza, todo conocimiento de nuestro verdadero ser. Hemos olvidado el origen, dicen. Y al perder el origen, hemos perdido también nuestra voz, nuestra mirada y sobre todo la sensación del cuerpo como territorio, continente, mapa, brújula, vehículo de creación y de sanación. Y VIVIMOS ETERNAMENTE EXTRAVIADOS. Buscamos afuera lo que siempre estuvo adentro: la sanación, el rumbo, el conocimiento. Ante semejante provocación…cabe preguntarse: ¿el creador que nos atrapa y enamora es porque encontró su origen? ¿De ahí brota nuestra nostalgia? Origen, originalidad, verdad, congruencia, autenticidad son lo mismo. Una vez localizados, estos atributos en el cuerpo/territorio son imparables. Y dejan una huella en la memoria del espectador. ¿Qué han descubierto estos creadores afortunados que es tan urgente de comunicar al mundo? Saben conciente o inconcientemente que han tocado fibras universales que conmueven a la humanidad. Saben y sienten que de ahí se desprende una fuerza, un poder de persuasión. Han convivido con un misterio. Y no saben cómo nombrarlo. En el caso de la danza y el teatro, el origen se vive, se desplaza, se manifiesta en el cuerpo. En las demás artes, también. No está afuera. Y provoca un estado interior muy particular. Expansión, exaltación, éxtasis, nostalgia, absorción…los poetas le llaman el instante apasionado, el tiempo profundo, un eterno aquí y ahora… Acudo a los poetas siempre que me quedo sin palabras. El instante apasionado o el tiempo profundo es una fuente infinita de la creación. Nada que ver con nuestra definición de realidad. Ahí no hay ley, sólo congruencia. Ahí las imágenes que conocemos cotidianamente se distorsionan o se relacionan fuera de toda lógica cotidiana. Se juntan y crean una nueva realidad. Un mundo alterno. Esa nueva realidad crea metáforas. Aquí va una: Hoy sueño un lenguaje de cuchillos y de picos, de ácidos y llamas. Un lenguaje de látigos. Un lenguaje que corte el resuello. Un lenguaje guillotina…Octavio Paz Cantar es derramarse en gotas de aire, en hilos de aire, temblar. Jaime Sabines Un pájaro vivía en mí, una flor viajaba en mi sangre…Juan Gelman El cuerpo del bailarín se convierte en metáfora cuando resuena con los símbolos que le envía su origen,…su memoria arcaica. Un pájaro vivía en mí es una danza, convertirse en hilos de aire, tamblar…también. Un lenguaje guillotina, de ácidos y llamas ni se diga. Estas imágenes poéticas son una provocación. Crean inevitablemente mundos insólitos, impredecibles. Sólo la imaginación puede lograr esto. Cito a Marcel Proust: “En todo momento el artista debe escuchar su intuición. Eso es lo que hace al arte la más real de todas las cosas”. Y concluye: “Lo que arrastramos fuera desde la oscuridad de nuestro interior, aquello que es desconocido, eso es lo nuestro”. La palabra expresión significa literalmente “presionar hacia fuera”. Nos pasamos la vida “expresando” ocurrencias y banalidades, pero nunca o muy pocas veces llegamos a saborear las profundas implicaciones de la expresión verdadera. Nuestra nostalgia y anhelo no tienen fin…y no sabemos por qué…hasta que las grandes obras de arte de la humanidad nos recuerdan nuestro origen. Y se intensifica el anhelo. Nos despiertan, no sólo nostalgia, sino la imaginación y la memoria arcaica. Nos asomamos a ese continente perdido, sumergido bajo capas de civilización. ¿Cuándo volverá a emerger en mi conciencia? Imposible preverlo. Sólo hay que estar atento, propenso, vulnerable…desnudos de civilización. ¿Cómo propiciar ese instante apasionado...esa huella de resonancias? Sabemos que salta como la liebre y nos sorprende. Porque ahí descubrimos nuestra inmensidad. No estamos acostumbrados. ¿Qué es eso de tener un lenguaje original?¿Cuándo sé que lo tengo? Qué vértigo de preguntas…¿Me retiro de toda influencia cultural, académica y familiar? ¿Me sumerjo en los instintos animales sin contagio de civilización? En esta búsqueda muchos se vuelven vanguardistas de a deveras, otros se inspiran en la mitología griega, algunos se comen la raíz de la naturaleza profunda, como los iniciadores de la danza Butoh. Isadora Duncan, Nijinsky, Picasso, Walt Whitman, Stravinsky encarnaron esta rebelión del espíritu. Las vanguardias siempre han buscado el origen como una postura crítica que todo lo renueva. No hay nada más arcaico que una vanguardia auténtica. El impresionismo, el fauvismo, el dadaismo, el expresionismo, el surrealismo, el abstraccionismo, todos buscaron la esencia. Incluso el posmodernismo tan manoseado está enraizado en esa búsqueda. El escritor español Andrés Ibañez tiene una definición espléndida del posmodernismo. Dice que es un sistema crítico de la modernidad. Revela que lo real, o lo que consideramos como realidad, es sólo un encuadre cultural creado a partir de la imaginación e intención de los grupos que están en el poder. Por tanto, también la historia es una invención y puede reinventarse o reinterpretarse. Si la realidad es una construcción derivada de nuestras creencias, es posible cambiar los sistemas dentro de mi mente cuando transformo mis propias creencias. Lo anterior justifica todo lo imaginable: ideologías, guerras, negocios, campañas, publicidad, estilos y modas. En lo personal, significa que me puedo desapegar de toda estructura social, política y religiosa sin que haya daños colaterales. Hago como que estoy en ese mundo, sin estarlo. Todo es un juego. El arte posmoderno ve al cuerpo como una organización de códigos. Es decir, es un mundo en sí mismo. El que se proponga. La seducción de la era post-humana se alimenta de la tecnología que sustituye con hologramas la vida sintiente, de carne y hueso. Esto se desprende de una lógica: si todo es una construcción a partir de las creencias colectivas o personales, no hay diferencia entre los sistemas vivos y artificiales. Para Andrés Ibañez esto puede llevarnos a una visión apocalíptica o…por el contrario, a una visión holística, integradora. El creador puede unir naturaleza y tecnología, ciencia y espíritu, arte y humanismo. ¿Por qué no? La ciencia puede convertirse en poética, el amor a la naturaleza puede derivar en tecnologías compatibles con los ecosistemas. Ya está sucediendo. Y concluye: lo importante es entender que la novedad, lo original y lo auténtico de los mundos alternativos no está, ni estará nunca en la técnica o estilos que nos venden, sino en la visión y el tono de nuestros pensamientos, sensaciones e intuiciones. Entendamos visión como las imágenes que provienen del instante apasionado, del tiempo profundo del que habla Proust. Entendamos tono como esa resonancia que viene de la integración entre lo espiritual, lo psíquico y lo físico. Es una vibración, una dimensión que nos convierte en una fuerza de la naturaleza, un PODER vital. Es una resonancia única. No hay dos iguales en este mundo. El cuerpo…impulsos….evolución Todo lo anterior está plagado de misterio, de fascinación. Nos inquieta y nos atrae. Lo que sí me queda muy claro es que tenemos un cuerpo que respira y transpira. Es un cuerpo movido por impulsos. Unos son para la superevivencia más elemental: saciar el hambre, la sed, la reproducción de la especie. Otros son básicos para la defensa. Atacamos, depredamos o huimos cuando nos sentimos amenazados. Otros impulsos son más sublimes: nos llevan a establecer vínculos fraternales y amorosos con los demás. Otros nos jalan hacia adentro para encontrar el reposo, el consuelo, la reflexión, la contemplación. Otros nos impulsan a jugar, a explorar, a investigar, a crear. Y es aquí donde quiero detenerme. Porque ese cuerpo, habitado de pulsiones biológicas universales, de repente da un giro y entra en procesos de metamorfosis y morfogénesis. Y suceden milagros… si entendemos como milagros sucesos que no tienen explicación lógica y lineal. El instante apasionado o el tiempo profundo es uno de esos milagros. Ese cuerpo se distingue de los demás cuando se vuelve lenguaje, expresión. Esta dimensión es antigua y se pierde en la noche de los tiempos. Desde Platón y Aristóteles se llama poética. La poética no sólo es teoría del arte. Es también aquello que nos define como seres creadores de mundos subjetivos, alternativos. Cuando caemos en cuenta de que somos Bios, de que somos Poética, consciente o inconscientemente recordamos quiénes somos. Sí…somos Bios, un cuerpo dotado de un código genético que lo sabe y lo contiene todo. Pero también somos Poética, ensoñación, imaginación, intuición, inspiración. Somos Bios porque sentimos los impulsos básicos y sutiles para la supervivencia. Somos poética porque desafiamos al mundo con nuestras metáforas, visiones, sueños y ensueños. Estos determinan nuestra evolución personal y colectiva. Lo extraordinario es que hay dos impulsos que provocan nuestra evolución, queramos o no. Son dos gatillos que disparamos inconscientemente cuando estamos listos para romper moldes, creencias, hábitos y esquemas de percepción que ya no funcionan. El primero se llama neofilia y el segundo neofobia (Desmond Morris). El primero ama lo nuevo, el segundo le tema. El primero rompe estructuras fijas, lenguajes y acuerdos colectivos. El segundo se aferra a éstos y defiende la sistematización de las formas. El primero avanza, el segundo se congela. Estos dos impulsos se encargan de la evolución de la especie y de la nuestra en particular. ¿Cómo se siente evolucionar, o involucionar? ¿Cuándo sé que la neofilia me jala para romper el cascarón? Todo empieza con una irritación, una incomodidad, un enojo, un hartazgo y saturación de nuestro estado actual. Entra la intolerancia a lo conocido y familiar. Nos sentimos perdidos. No pertenecemos a ningún lugar. Y le decimos a los demás: Disculpen las molestias que esto ocasiona, pero ya no sé quién soy, ya no soy quien fui… Y empieza la búsqueda, la exploración para remediar esa incomodidad. Si el sujeto es bailarín, decide probar nuevos lenguajes, decide romper con sus maestros, NUNCA gentilmente porque estos procesos neofílicos son profundamente angustiosos, a veces violentos. O, este bailarín se aleja un tiempo de la danza…ya no soporta bailar lo mismo. Deja el grupo, si lo tuvo, o viaja al extranjero, toma cursos de metafísica, antropología, yoga profunda, religiones comparadas. Se va a la playa un tiempo. El mar lo mueve y conmueve. Tal vez Isadora tenía razón. Somos 70 por ciento agua en nuestro cuerpo ---al igual que el planeta--- y la luna y las mareas nos alteran y nos equilibran nuevamente. Es una danza de la vida. Este bailarín que escuchó a su neofilia va soltando poco a poco sus amarras. Y entre vacío y vacío, intuye una nueva manera de expresarse, una voz celular distinta que lo sorprende. ¿De dónde viene esta voz? Al principio duda…luego lo confirma. Ha encontrado un germen de movimiento y lo explora. Juega con él. Juega, juega y juega hasta que empieza a ver una organización de impulsos. Algo le dice que ya encontró lo que buscaba. Y en ese momento aparce la neofobia. Siente el impulso de sistematizar los nuevos hallazgos. Fija los movimientos con base en una partitura, como si fuera música. Ve la luz. Se siente otro. En este punto sabemos que la neofobia ya hizo su labor. La neofobia es un contraimpulso que detiene la exploración infinita. La neofobia le dice al bailarín: “Puedes buscar todo lo que quieras, pero tienes que aterrizar en algún punto. Por eso te freno y te digo: ahora sistematiza lo que has encontrado. Crea tu nueva obra. Sin mi, seguirías de aviador….sin tocar piso, sin concretar nada. Yo te freno, por tu bien. Dame las gracias”. Acabo de narrar lo que le sucede a un bailarín/coreógrafo que sí le hace caso a la neofilia y a la neofobia. Pero hay quienes le temen al cambio, a la transformación. No quieren perder la comodidad de lo ya conocido. La estabilidad es esencial en la vida…dicen. Aquí empieza la historia de ese otro bailarín/coreógrafo que prefiere la evasión, la anestesia consciente. Duele mucho ese cambio de piel que detona la neofilia. Adicciones infinitas aparecen en el horizonte: televisión, internet, Facebook, Twitter, drogas, alcohol, fiestas sin fin. Ese bailarín/coreógrafo prefiere trabajar compulsivamente y saturarse de información para no sentir… se satura también de talleres que ni digiere ni procesa…Acumula datos y datos sobre lo mal que está el mundo y la danza. Hasta que se colapsa de indigestión, impotencia y desesperanza. Empieza con una gastritis que degenera en úlcera. Y ya no se levanta porque se fabricó también su propia tumba. La úlcera reventó. Si toca fondo puede ser que despierte iluminado. De ser así, en ese momento decide vivir. Vislumbra súbitamente el camino de la reconstrucción y la resurrección. Y empieza un largo viaje hacia adentro de su territorio de sensaciones, emociones, intuiciones, pensamientos, creencias, todas resonando en su piel, en sus tejidos, en sus huesos. Caer y levantarse lo hace entrar en razón y finalmente acepta la neofilia como algo inevitable para remediar sus males… porque en la rodilla encuentra un enojo que le duele, en el estómago un amor frustrado que le arde, en el cuello un montón de decisiones no tomadas que le pesan. La rigidez de su espalda es la misma de su mente. La intolerancia digestiva es la misma de sus convicciones. La visión borrosa es la misma de su corazón amurallado. Por fin se vuelve vulnerable y quiere bombear la sangre a las articulaciones para que no le duelan tanto. Y la sangre lleva nutrientes de esperanza a cada célula y cada célula, o milagro, se empieza a abrir como un sistema solar. Y cada sistema solar renueva la piel, los tejidos y los huesos. Y puede volver a sentir. Auténticamente sentirse. Un día inesperado toca una fibra: la de su propia voz celular. ¿Será el instante apasionado? Esa voz que antes estaba apagada empieza a hablar, a cantar, a decir…como nunca antes. Es una voz real, única. Es su voz…no la del maestro, no la del teórico de moda, no la del coreógrafo más publicitado, no la que impone la voracidad del mercado del arte. Su voz se siente plena y eso le hace feliz. Tiene cuerpo, tiene sustancia, se nutre de su piel, de lo que siente. Esa voz viene de muy lejos…viene del tiempo profundo… Y ahí se detiene para preguntarse. “¿Entonces mi origen soy yo mismo? ¿No se encuentra ahí afuera?” Y justo cuando se hace esa pregunta nuestro bailarín/coreógro se topa accidentalmente con aquel otro que sí le hizo caso a su neofilia. Llamémosle a este primer héroe: Metamorfosis. Meta, para abreviar. Los dos fueron compañeros de clase durante su juventud. Meta le dice: “Pero qué bien te ves”. El resucitado, ---le llamaremos Morfogénesis, Morfo para abreviar---, le contesta: “Y tú igual”. Y se abrazan sorprendidos por el inesperado encuentro. Para no alargarme demasiado con el diagnóstico, resumo: Meta y Morfo se van caminando a un lugarcito que se llama Café Contento. Todo transcurre banalmente hasta que Morfo le pregunta a Meta: ¿Y qué has hecho últimamente? “Leo a Joseph Campbell, un estudioso de los mitos antiguos”, responde Meta. “Me inspiran mucho sus enseñanzas. Quiero crear una serie de solos alrededor de ese tema”. Morfo intuye que hay algo importante ahí. “Pero es un tema amplísimo”…comenta…e insiste que continúe. Meta toma un sorbo de su café y con sabrosa naturalidad comenta: “Joseph Campbell describe al héroe de los mitos como aquel que suelta todo aquello que lo formó desde su niñez. Elije morir ante su pasado para renacer a lo nuevo. Vive una transformación total. Y eso me intriga.” “¿Y tú estás en este proceso?”, le pregunta Morfo sorprendido. “Si y no…tuve una crisis fuerte hace un tiempo. Ahora estoy saliendo. Y todo se cocinó en la zona pélvica. Al cambiar mis pensamientos, cambiaron mis sensaciones y las acciones de mi cuerpo se impulsaron desde la pelvis donde todo se integró. Mis emociones y mis tripas estaban hechas un revoltijo. Es como si el hacer, el sentir y el pensar, todo al mismo tiempo, se mezclaran ahí, en el plexo solar. Mucho se habla de esta integración desde lo intelectual, pero nunca podremos "conseguirlo" hasta no encarnarlo, digo yo. MMMMMM…”Encarnarlo”, repite Morfo, aprobando. “Me estoy enfocando en esto para sacar adelante mi proyecto”, continúa Meta. Porque nunca tendremos una presencia en el mundo y mucho menos en la escena mientras sigamos fragmentados y desencarnados. Es decir, la mente fuera del cuerpo. El cuerpo como un vehículo de piruetas, virtuosismos abstractos, técnicas vanguardistas dificilísimas como única virtud. Hoy día es tan normal este divorcio antinatural. Lo agravamos con la tecnología y todas sus distracciones. Somos unos esquizofrénicos sin remedio si seguimos así”- “Huy si…creo lo mismo”, dice Morfo…”lo he sentido y sufrido también. Vivir desconectados del cuerpo confunde. Hasta que aprendí que es un instrumento pedagógico. Nos dice cuándo estamos bien y cuándo estamos mal. Sólo así nos enteramos. Ya pasé por eso.” Meta interrumpe: “No confiamos en la intuición que es lo peor. Se pierde demasiado tiempo escuchando a los demás.” “Me gusta eso de encarnar las vivencias como fuente de conocimiento, comenta Morfo. “Pero eso no lo sabemos hasta que rompemos con todo lo que nos formó ahí afuera”. Meta no lo deja casi hablar…“Mira, como dice Campbell, el héroe encarnado es nuestro verdadero aliado. Es el genio integrador del que surge la acción espontánea y perfecta. El héroe encarnado ES, no pretende Ser. Su vida es un hacer/sentir y pensar integrados. Piensa haciendo y sintiendo; siente haciendo y pensando; hace pensando y sintiendo… todo al mismo tiempo. Nosotros lo separamos siempre, desde que entramos a la escuela. Es una esquizofrenia la tal educación…” Pero te comento rapidísimo… Mi obra trata de responder a una pregunta: ¿cómo nació el primer rito humano? En lo personal creo que los primeros ritos nacieron así. Fueron una expresión espontánea, natural, del hacer/sentir y pensar, todo integrado frente a las provocaciones del entorno, del ambiente. Y esa memoria arcaica del primer rito se hace presente, la empezamos a recordar cuando estamos integrados también. Esta memoria no la puedes forzar. Se te revela cuando vuelves a nacer. Renacer es volver al origen, dice Campbell. Pero me pregunto: ¿Cómo es que el cuerpo llegó a organizar el lenguaje del primer rito? ¿Qué sintió y dónde lo sintió? ¿Cómo lo sentimos y estructuramos ahora? En la génesis de un rito, ¿hay diferencia entre el ayer y el ahora? Porque seguimos creando ritos…” Morfo logra por fin decir algo: “Mira, me puedo imaginar ese primer rito…¿pero lo puedo sentir? Si nos educan para ser reproductores de modelos convenientes, ajenos a nuestras necesidades, pues tendremos que rescatar el sentir. Volver a sentir algo, lo propio…es el punto de partida. Me provoca gran curiosidad tu obra. Ya quiero ver el montaje final.” Para despedirse le da una palmadita en la espalda. “¿Y cómo la vas a llamar?, pregunta. “Renazco, luego existo. Así se llama desde ahorita”, responde Meta. Ambos sueltan la carcajada y piden la cuenta.
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Patricia CardonaPeriodista, investigadora, crítica y maestra. Archivos
Diciembre 2021
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