No hay novedad más rotunda, no hay vanguardia más extrema, no hay pedagogía más pura y noble que el regreso al Origen. No hay arte más auténtico ni verdad más profunda que la que contiene el Origen.
Dicen los aborígenes de Australia que nuestra civilización tecnocrática y tecnologizada debe llamarse el Gran Olvido. Dicen que hemos perdido todo contacto con el Origen. Hemos olvidado quiénes somos, dónde está nuestra fuerza y qué lugar ocupamos en la naturaleza junto con las demás creaturas sintientes. Dicen que nos hemos distanciado de la fuerza vital, fluida y congruente. Saben que la Naturaleza es la gran Maestra. Entonces tiene sentido preguntarse: ¿que hay detrás de todo ese cúmulo de civilización, de cultura y refinamiento del intelecto que ha olvidado el Origen? ¿Qué hay detrás de todas las discusiones teóricas, metodológicas, modelos educativos, planes de estudio, objetivos, perfiles de ingreso y de egreso? ¿Que hay detrás de ese laberinto de reglas, normas, dogmas y competencias que rige nuestra sociedad? Hay modelos. Hay creencias. Hay programas que convienen a una idea de sociedad. Cuando estos modelos se agotan vienen otros que los reemplazan. Y así vamos por la vida reproduciendo modelos sin preguntarnos de dónde vienen y a quién le sirven. Los aborígenes de Australia dicen que vivimos extraviados, anestesiados. Buscamos afuera lo que siempre ha estado en nuestro corazón, en nuestro cuerpo, en nuestra conciencia: el rumbo, el conocimiento, el equilibrio. La sensación, el sentir; el sentirnos, el saber intuitivo, la escucha de la naturaleza y de nuestras voces internas.
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Somos un cuerpo territorio. Es nuestro país de origen. Ahí proyectamos nuestras creencias, pensamientos y utopías. Los mundos alternativos, para mí, son las mil y un encarnaciones de personajes que nos inventamos para habitar ese territorio. Cada personaje es un mundo. Dentro y fuera de la escena. Podemos aferrarnos a uno de nuestros personajes favoritos.
Siempre he deseado que el mundo escénico sea una metamorfosis. Debería ser la norma. Pero no siempre. Técnicas, estilos y modas nos pueden anclar en la comodidad, en la rutina. Y esa comodidad convierte a nuestro territorio, el cuerpo, en un campo predecible y mecánico. Hasta que un día el mismo cuerpo manda un impulso que dice: “Ya basta. Me cansé de representar a este personaje. Continuemos, cambiemos de piel.” Ese momento promete algo fascinante para el espectador pero aterrador para el creador. Porque de entre todos los personajes y estilos y técnicas que ha venido encarnando, de pronto ese cuerpo/territorio desecha todos. Se queda sin nada. Y vuelve al origen. No pretendo descubrir nada nuevo sino referirme a lo que se ha olvidado en la educación artística. Me refiero a la poética, que desde Aristóteles, no sólo es el arte de la composición poética como tal, sino el estudio de los principios y esencia del arte. Es decir, teoría del arte.
La poética define las reglas del “bien hacer”, que en Aristóteles se aplica a la Tragedia Griega para crear una forma perfecta del verso, donde perfección consiste en armonía y precisión para provocar la catarsis (liberación) y anagnórisis (reconocimiento/consciencia) en el espectador. A su, vez los poetas Románticos del siglo XIX reconocieron en la poética no sólo el método para lograr el verso perfecto sino un tipo de emoción, de comunicación que tiene que ver con una nueva visión del mundo y de la naturaleza, impregnados por un espíritu que lo permea todo… |
Patricia CardonaPeriodista, investigadora, crítica y maestra. Archivos
Diciembre 2021
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