Creo en el poder restaurador de la Vida y de la Poética. Ahora más que nunca debemos hablar de estos temas, no sólo porque una pandemia nos “coronó” a todos con el encierro global sino porque es lo que garantiza nuestra más profunda autenticidad dentro y fuera del escenario. Dicen los aborígenes de Australia que nuestra civilización debería llamarse El Gran Olvido. Y estoy totalmente de acuerdo. Hemos perdido todo contacto con la Naturaleza y con la Biblioteca Viviente en nuestras células. Vivimos amnésicos aunque somos en esencia memoria. No sabemos quiénes somos ni qué estamos haciendo en este planeta aunque estamos aquí para ser los guardianes de la Vida. Los aborígenes, literalmente, nos han sentenciado a muerte. Porque esta integración con la naturaleza que hemos ignorado durante siglos es la clave para adentrarnos en algo más profundo. Tiene que ver con nuestro propio cuerpo, territorio de la Biblioteca Viviente. Ahí se encuentra el código genético con toda la información de quiénes somos. Contiene el por qué y para qué estamos aquí. Cuáles son nuestras habilidades, nuestra misión incluso como guardianes de la Vida en el planeta. Es la inteligencia suprema de la Naturaleza. Si eschucháramos los impulsos de esa Biblioteca Viviente, la vida se volvería un milagro y no una distorsión como la conocemos actualmente. Cuando era crítica de danza y teatro hace algunos años comprobé lo que dicen los aborígenes australianos. Lo comprobé en mi piel. Yo había estudiado filosofía para responderme muchas preguntas sobre la Vida. Pero poco de la Vida aprendí. Más bien conocí los juegos y las trampas del pensamiento para entender la Vida. Una vez egresada de la universidad tuve la oportunidad de trabajar en un periódico para escribir sobre lo que más me apasionaba: la danza, el teatro, la música. Empecé como reportera cultural y me dí cuenta de que el lenguaje que me había dado la filosofía era demasiado denso, abstracto y pesado para comunicarme con el lector de un periódico. Desde niña estuve enamorada del arte escénico. Estudié ballet y luego danza contemporánea durante mi adolescencia. Pero más tarde decidí estudiar filosofía porque también me atraía la investigación. Los años que viví sumergida en los estudios teóricos me entrenaron a pensar como una intelectual y no como una espectadora atenta al lenguaje simbólico del cuerpo. El vocabulario que yo manejaba era tan académico, tan institucional y lento que nada tenía que ver con esa realidad orgánica del escenario. Me preguntaba cómo hacer para comunicar la experiencia de lo que se siente cuando estoy frente a un bailarín o actor. Porque finalmente mi función como periodista y crítica era invitar a los lectores a que asistieran a los teatros. Mi lenguaje tenía que seducirlos, envolverlos. ¿Cómo contagiarlos de manera creativa y entusiasta de aquello que me parecía extraordinario? Sin embargo, había espectáculos que no quedaban en mi memoria. Me pregunté cuándo es que un bailarín o un actor se vuelve parte de uno mismo. Lo viví en carne propia. Un espectáculo que me había dejado vacía era difícil de reseñar. Tenía que inventarme los contenidos. Y sufría elaborando información congruente con lo que había visto. Por el contrario, cuando el espectáculo me dejaba vibrando escribir el texto resultaba un deleite. Las palabras salían del cuerpo, como impulsos. Traía la vivencia grabada en mi piel. Escribir se convertía en una necesiad y una vez que desbordaba toda esa sensación vital, podía hacer el análisis histórico o estilístico o técnico correspondiente. Esto no era tan sencillo si el bailarín o actor me habían resultado ajenos. ¿Qué es la comunicación escénica?, me preguntaba. ¿Y cómo debe comunicar un periodista el arte escénico? El lenguaje de un periódico es veloz. Quien lee una nota o reportaje no tiene tiempo para detenerse a descifrar un texto, sobre todo si está escrito con un lenguaje complejo y denso. Quiere una lectura rápida, eficaz, que penetre de inmediato. Quiere un lenguaje fluido y muchas veces intrépido. Quiere imágenes, sensaciones, hechos, acciones, acontecimientos. Puedo decir que ahí empezó mi calvario con la escritura. Tuve la fortuna de conocer a Eugenio Barba, creador de la Antropología Teatral cuando viajó a México en los años 80 y yo me hacía todas estas preguntas. Conocí sus principios teóricos sobre la escena, sobre el bailarín/actor y leí sus textos tanto biográficos como de análisis. Comprobé que manejaba un lenguaje orgánico, enérgico, visual, rico en metáforas, en imágenes poéticas. Era un lenguaje profundo, elaborado, inteligente. Estaba lleno de vida. Vibraba. Nutría los sentidos y saciaba el intelecto. Supe que eso era lo que andaba buscando. Hoy lo tengo muy claro. Aquellos años post-universidad y durante mi entrenamiento periodístico me obligaron a preguntarme por algo más contundente aún. Andaba buscando Verdad, Autenticidad, Organicidad, Vitalidad, Vínculo. Andaba queriendo sentir la Vida en toda su intensidad. ¿Cómo se manifiesta en un bailarín, en un periodista, un espectador, en el lector? Lo que hoy llamamos interdisciplina, multidisciplina y transdisciplina es un fenómeno natural y necesario cuando queremos explicar nuestro quehacer desde la diversidad de la Vida misma. Arte, ciencia y filosofía son perspectivas complementarias de lo mismo. Decidí enfocarme en la Antropología Teatral. Asistí a muchos de los congresos mundiales donde los asistentes atravesábamos por una especie de “purga intelectual”. Todo lo que habíamos aprendido o creíamos saber era cuestionado y muchas veces demolido por la pedagogía implacable de Eugenio Barba. Eran sesiones de cirugía profunda donde el cuerpo del bailarín/actor y el hecho teatral eran descifrados a partir del Bios Escénico. Éste reúne todos los principios pre-expresivos o motores de movimiento del cuerpo antes de que esa energía se convierta en expresión, en lenguaje, en cultura. El análisis nos llevaba a la raíz profunda de la Vida escénica en toda cultura teatral del mundo. Las danzas de China, Japón, Bali, Brasil, el ballet clásico y demás artes escénicas eran literalmente diseccionadas hasta dar con la partícula más pequeña de energía celular. En ese Bios, que significa Vida, descubrimos los impulsos primigenios e indispensables que necesita todo cuerpo para accionar en cualquier dirección. El Bios Escénico me simplificó no sólo la lectura de un cuerpo como crítica sino la anatomía de mi propia escritura. Es decir, si un bailarín/actor despliega esa energía pre-expresiva vital no sólo tiene presencia sino que permite al espectador anclarse al espectáculo y a su cuerpo detonando el propio Bios del espectador. En mi caso, yo podía escribir a partir de mi Bios contagiado por el Bios del espectáculo. Así encontré la clave. Esta es la comunicación escénica, me dije. Pasé por un noviciado que duró varios años hasta despojarme de capas y capas de conceptos inútiles que distorsionaban mi percepción. No es gratuito que mi primer libro se haya titulado La percepción del espectador donde me despojo de los escombros de mi vida intelectual para vislumbrar de qué se trata la comunicación escénica a partir de los principios impecables de la Vida y de la simbiosis con la naturaleza. Es como sumergirse en la Biblioteca Viviente de nuestro cuerpo. Tampoco es casual que mientras desarrollaba esta investigación brotó en mí la necesidad de hacer periodismo ecológico. Viajé a muchas reservas de la biósfera y a los parques nacionales protegidos estudiando los ecosistemas, la restauración de ríos y montañas. Al mismo tiempo que veía plantas y animales interactuando en ese entramado de la vida, juxtaponía a bailarines y actores en escena. Veía estructuras perfectamente organizadas como se organiza un espectáculo. Empecé a relacionar la Vida en la naturaleza con la Vida en el escenario. Simultáneamente sucedió algo más curioso aún. Por circunstancias del destino tuve que aprender a entrenar a una mascota que vivía en casa. Era un pequeño tirano. Un capataz. Pero lo amaba entrañablemente. Se llamaba Huini, un bellísimo coquer spaniel color canela y quien más que una mascota fue un maestro de la Etología. Porque la única solución a esa relación tormentosa era obteniendo la ayuda de un entrenador de animales. Le pedí que me enseñara a convivir con la Huini. Fue una experiencia determinante en mi vida porque el problema de comunicación que tenía con Huini era el mismo que observaba en los bailarines y actores que no se comunican con el espectador. Pasé por un segundo calvario para reacomodar mi relación con el hermoso coquer a fin de entender cuándo y cómo es que se comunica un bailarín/actor con el espectador. Nuestra primer encuentro fue revelador. El entrenador comprendió perfectamente dónde estaba el problema. Y me dijo: “Los animales no entienden palabras sino la resonancia de la voz. En esa resonancia va la intención de las palabras. Y para que la voz tenga una claridad y congruencia el dueño de la mascota debe estar totalmente alineado con su razón, voluntad y acción. Mente, corazón y sensación conectados.” Entendí que nunca me voy a comunicar con mi mascota si mi mente está distraída y mi cuerpo siente algo totalmente ajeno a la orden que le estoy enviando. Mi voz está fragmentada. La intención está borrada. No tiene el contenido que se supone. Ese día descubrí el valor de la Presencia, tanto en la Vida como en el escenario. Días después observé que cuando entrenamos a una mascota el manejo de los impulsos es el mismo que cuando se entrena a un bailarín. Estos deben conducirse de una manera determinada para la construcción de un sentido, una eficacia, un estilo. Percibí la importancia de reconocer nuestro cuerpo animal/humano como una fuente de conocimiento directo, instintivo y eficaz. Entendí que antes del Bios Escénico de la Antropología Teatral había un orden aún más antiguo, más primario. Así fue como Huini, junto con la Antropología Teatral, el periodismo ambiental y cultural me llevaron a plantearme algo más radical aún. ¿Qué es la Vida? No me refiero al estudio de la biología molecular y demás. Me refiero a su comportamiento etológico y ecológico. ¿Qué es el comportamiento animal? ¿Cómo operan los ecosistemas? ¿Qué entramado misterioso permite la existencia y perpetuidad a las especies, nosotros incluidos? Supe que requería de un maestro muy puro, no contaminado de civilización. ¿Qué son las fuerzas de la naturaleza y de dónde nace ese Poder en los cuerpos de animales y de bailarines/actores? El entrenador de perros me sugirió que observara el comportamiento de los animales en vida salvaje en situación de sobrevivencia. Es lo más puro e inmediato al código genético que puede haber. Estudié muchos videos y libros de Etología que me ilustraron sobre el comportamiento animal. Empecé a enlazar la expresión corporal de los animales con el teatro y la danza. Decidí tomar varios diplomados de Antropología del Comportamiento con Xabier Lizarraga en el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Observé que los impulsos de sobrevivencia o imperativos comportamentales, como los llama Lizarraga son profundamente teatrales. Es energía extracotidiana. El video que realicé años más tarde sobre La percepción de espectador contiene imágenes que ilustran esta espectacularidad de la naturaleza. Ahí vemos cómo el comportamiento de los animales en vida salvaje es el antecedente del comportamiento de los bailarines/actores/músicos en la escena. Comparten la misma energía pre-expresiva. Estamos hablando de cuerpos que son Bios sin distinción alguna en los niveles básicos de energía primigenia. Tenemos un cuerpo animal que contiene el código genético. Son los códigos de la Vida. Ahí está la Biblioteca Viviente de la Naturaleza. Pero como dicen los aborígenes australianos, hemos perdido la escucha. Hay demasiado ruido alrededor. Vivimos con el enfoque hacia fuera todo el tiempo. Si no es la televisión es la computadora y si no, el celular o los centros comerciales donde consumimos compulsivamente para llenar el vacío de nuestro ser interior. Conforme fui avanzando en mis estudios de Etología y Antropología del Comportamiento junto con mis viajes a las reservas de la biósfera y sus ecosistemas ---al mismo tiempo que continuaba escribiendo sobre danza y teatro--- fui enlazando paralelismos con el arte escénico. Encontré nociones de Estructura en la naturaleza donde la Unidad, Claridad y Congruencia garantizan su continuidad o sustentabilidad. La Naturaleza está diseñada para ser autosustentable. Requiere de unidad entre todos sus componentes, así como de claridad de propósito y congruencia entre forma y contenido, como en el arte escénico. Es decir, ¿cuál es el sentido de la flora y la fauna de un ecosistema específico? Es lo mismo que preguntar ¿cuáles son los componentes de una dramaturgia de la Vida? Un animal fluye conforme a su naturaleza y habilidades innatas. Un tigre no pretende ser otra cosa más que tigre. Es congruente con su Bíos, con su estructura, con su código genético. Un tigre ES, no pretende SER. Esa fue la primera lección de autenticidad que luego traslapé a la poética del bailarín/actor. Por cierto, Etología y Ética tienen la mísma raiz griega –ethos-- que significa comportamiento. Si la Etología es una rama de la Biología que es el estudio de la Vida, estamos hablando de un comportamiento congruente con la sustentabilidad de la Vida. ¿Qué es la ética si no sostener y fomentar la Vida en equilibrio dinámico dentro de una sociedad? La Etología, por tanto, me dio otra pauta para comprender la comunicación escénica. Me enseñó que los animales se comportan con absoluta eficacia y precisión porque todo lo hacen por NECESIDAD. Sus impulsos de sobrevivencia o imperativos comportamentales son la causa detrás de toda acción corporal. Un animal no se mueve si no tiene la urgencia de hacerlo. Cuando acciona está obedeciendo a una dramaturgia de la Vida. Esta dramaturgia tiene un despliegue clarísimo. Toda dramaturgia, dentro y fuera del escenario es la articulación de acciones para la construcción de un sentido. En la Naturaleza se manifiesta como causa, consecuencia, objetivo, obstáculo, cambio (cuando el objetivo se ve bloqueado por algún motivo). La estructura aristotélica del teatro viene de esa dramaturgia de la Vida. Es la estructura causal, lineal del teatro clásico y tradicional. Cuando admiramos la impecabilidad y sabiduría del cuerpo animal para cazar, proteger su territorio o conquistar a una hembra también tiene que ver con su estado interno de Presente Puro de Percepción. Está presente al cien por ciento. Está en el aquí y ahora, alineado con su intención y su acción, tal como me lo señaló el entrenador de perros. Es un estado de alerta periférica de 360 grados porque percibe con todo su cuerpo. El aquí y ahora se traduce en Presencia o la plenitud de su ser en el instante presente. El animal vive en ese estado de alerta. De ahí que lo sabe todo sobre su entorno y lo anticipa todo. El animal sabe porque siente. En el cuerpo animal del bailarín/actor sucede algo semejante. Cuando adquiere una sabiduría natural es porque siente lo que sabe. Es un proceso muy diferente al pensamiento de la mente que lento en comparación con la velocidad de la sensación y del saber corporal. La mente especula, analiza, duda, desarrolla, sistematiza. Pero el cuerpo sabe. Cuando algo es…el cuerpo lo recibe de inmediato. Es un conocimiento instantáneo. El cuerpo, por tanto es el principal instrumento pedagógico que tenemos en la vida. Es nuestra brújula. Nos dice si estamos bien encarrilados o no. Cuando vamos en contra de nuestra naturaleza el cuerpo inmediatamente lo resiente. El animal sólo tiene necesidades. Cuando acciona es porque hay una urgencia que lo impulsa. Su energía se convierte en expresión corporal y ésta se convierte en teatralidad para comunicarse con rotunda elocuencia con los demás miembros de su especie u otras especies. No duda, no hay vaguedad en su comportamiento. Es claro y directo. El animal ES…no pretende ser. Esto tiene otras derivaciones. Al ser un maestro de la Presencia y de la eficacia de la comunicación su expresión corporal o lenguaje es preciso. Al ser preciso, su movimiento es indispensable, económico. No desperdicia energía. Sus acciones son imprescindibles. Y se despliega la habilidad orgánica, armónica y coordinada de una técnica que ya está en su código genético. Su técnica particular la descubre jugando desde que es cachorro. Cuando la madre sale a cazar los cachorros la siguen y entre juego y juego entrenan su precisión hasta adquirir la maestría para sobrevivir por sí mismos. Maestría, en este caso, significa el manejo impecable de la energía, otra gran lección para el arte escénico. Por tanto, la dramaturgia de la Vida es el arte de la sobrevivencia y nos compete a nosotros también. Somos dramaturgia. Ante todo somos Bios (impulso vital), pero también somos la intuición, el anhelo y la imaginación detrás de nuestras acciones dramatúrgicas. Esto nos lleva forsozamente a la Poética, nuestro lenguaje creador. De acuerdo a mis circunstancias, a mis esquemas de percepción, a mi biografía, mi bagaje cultural, mis necesidades físicas y emocionales creo mi mundo particular. Y como diría el poeta Hölderlin, “lleno de méritos está el hombre más no por ellos sino por la Poesía hace de esta tierra su morada”. Lo que determina la presencia específica de un bailarín/actor en escena es su Poética. Esta conjuga la dramaturgia de la Vida y la suya personal confabulándose para llegar a esa expresión única que contiene la necesidad urgente de decir y hacer lo que se vino a expresar y hacer en esta vida. Esta poética contiene un Ethos inherente. Etología, Bios, Dramaturgia, Poética y Ética comparten un mismo propósito. Sostienen, crean y perpetúan la Vida. La poética es Vida, genera Vida y es la manifestación más auténtica del Homo Sapiens sobre la Tierra. He aprendido del animal que si accionamos a partir de una necesidad imperiosa comunicamos eficazmente. Se percibe clarísimo en los actores y bailarines que salen al escenario con una necesidad primordial. De ahí que, para contestar a la pregunta inicial, aquellos intérpretes que se quedaron en mi memoria para siempre fueron los que tuvieron una necesidad de hacer lo que tenían que hacer a partir de una autenticidad. Y gracias a ello se desplegó un Bios lleno de esplendor. Colofón ¿Cuándo perdimos este instinto? ¿Cuándo fue que olvidamos nuestro cuerpo animal y que somos parte de esta unidad, claridad y congruencia que es la Vida? ¿Cuándo fue que abandonamos nuestra comunidad biológica? En algún momento de la historia ---y eso se lo dejamos a sociólogos y demás estudiosos--- perdimos la ESCUCHA. Ya no sentimos los impulsos de nuestro código genético que es una Biblioteca Viviente. Estamos más en la abstracción de los modelos económicos y de mercado que en el Ethos del Bios. Hemos perdido la maestría para convivir con los ecosistemas. Hemos roto la cadena alimenticia fomentando la desaparición de especies. Se ha perdido el equilibrio de la Vida. Mediante un sistema educativo sobrevalorado se nos ha vendido una versión de la realidad sin cuestionarnos jamás el contenido y el método de aprendizaje. Ahora debemos utilizar nuestro cuerpo animal para leer más allá de las palabras que nos venden ahí afuera. Sintiendo la Biblioteca Viviente en nuestra piel sabremos si resonamos o no con la autenticidad de la información que nos satura. Hoy vivimos una pandemia global. Pero la verdad es que este suceso difícil para muchos está creando el impulso que hace falta para activar y promover el cambio de billones de personas que viven en la Tierra. Debemos honrar nuestro cuerpo animal instintivo, la Tierra y a todos sus habitantes. Ahí reside nuestra valía y nuestra ética. Nos estamos empujando como seres humanos y como planeta hasta los últimos límites. Tenemos que redefinir fronteras, decidir qué vamos a defender y qué desechar para no desaparecer como especie. La ira colectiva de hoy tiene que ver con la desacreditación de la imaginación. La imaginación es la clave para manifestar los mensajes de la Biblioteca Viviente. ¿Cuándo fue la última vez que nos han animado para que de manera regular utilicemos nuestra propia imaginación? La imaginación es la vía para cambiar y redefinir nuestra libertad. “La imaginación es un auténtico boleto para participar en el carnaval vivo y dinámico de la Tierra”.
2 Comentarios
DENISSE SALAZAR
19/5/2020 10:32:38 am
Muy enriquecedor y delicioso texto. Gracias. Frente a esta pandemia me fue muy constructivo.
Responder
Salmma Araya
14/6/2020 03:38:44 pm
A medida que iba leyendo iba haciendo pausas, y observaba mi al rededor... Me pesa en el corazón, en la mente y en el cuerpo mi sala de danza, pero con este tiempo obligado en casa se ven nuevas danzas... ¿en qué momento me desconecte de mis impulsos? ¿por qué los deje de escuchar? ¿ellos me dejaron o yo los deje a ellos?.
Responder
Deja una respuesta. |
Patricia CardonaPeriodista, investigadora, crítica y maestra. Archivos
Diciembre 2021
Categorías |