No pretendo descubrir nada nuevo sino referirme a lo que se ha olvidado en la educación artística. Me refiero a la poética, que desde Aristóteles, no sólo es el arte de la composición poética como tal, sino el estudio de los principios y esencia del arte. Es decir, teoría del arte. La poética define las reglas del “bien hacer”, que en Aristóteles se aplica a la Tragedia Griega para crear una forma perfecta del verso, donde perfección consiste en armonía y precisión para provocar la catarsis (liberación) y anagnórisis (reconocimiento/consciencia) en el espectador. A su, vez los poetas Románticos del siglo XIX reconocieron en la poética no sólo el método para lograr el verso perfecto sino un tipo de emoción, de comunicación que tiene que ver con una nueva visión del mundo y de la naturaleza, impregnados por un espíritu que lo permea todo… Podríamos decir, por tanto, que la poética es al arte lo que el método científico es la ciencia, siendo ambos procesos opuestos en su esencia. La primera integra todas las facultades de la psique dentro de un proceso creador. El segundo divide y separa para efectos de observación y análisis.
La educación artística actualmente se ha refugiado en lo más fácil de resolver y a tono con las políticas tecnocráticas del momento: una enseñanza apegada al vértigo de las técnicas de eficacia comprobada (fundamentalmente en la música y en la danza) y el manejo de la teoría como dogma, no como reflexión. Esto, supuestamente, facilita la transmisión de la información en un contexto de educación masiva donde se estandarizan los contenidos y se fragmentan en periodos cortos, según la materia. Como la enseñanza científica. Si poiesis significa literalmente “hacer”: ¿qué “hace” un maestro creador para comunicarse con sus estudiantes? ¿Qué deja de “hacer” otro maestro que no es artista? ¿Por qué es tan importante asociar poética con enseñanza? ¿Sólo el maestro enseña? ¿Sabe lo que es una poética y el lenguaje propio del arte? ¿Qué pasó con este lenguaje, ahora sustituido por la jerga científica de la pedagogía? En la antigüedad el aprendiz iba directamente al estudio del maestro para su formación artística. Aprendía “haciendo”, reflexionaba “creando” y “sintiendo” junto con el maestro. No había división entre teoría y práctica. No había materias, horarios, créditos, calendarios escolares, objetivos, sólo experiencia compartida, sólo procesos de crecimiento. La masificación de la educación moderna necesariamente cambió esto. Se crearon materias, unas teóricas, otras prácticas, con horarios establecidos para cada una, además de créditos para cuantificar el valor de los conocimientos y habilidades adquiridos. El lenguaje del arte necesariamente se fue soslayando. Así, el proceso creador, integrador de todas las facultades de la psique en el hacer-sentir-pensar simultáneos, se fragmentó a la manera del método científico, celosamente vigilado por las instituciones públicas. ¿Qué pasó con la naturaleza del arte y su lenguaje original? Se tuvo que ajustar a los modelos modernos de la enseñanza-aprendizaje. En el proceso se perdieron conceptos básicos que responden a experiencias imposibles de escolarizar. El objetivo de este ensayo es recordar la naturaleza del arte que por su propia naturaleza no se deja cuantificar ni fragmentar. ¿De dónde partimos? De lo que quedó atrapado en el método científico para la enseñanza del arte. ¿Hacia dónde nos dirigimos? Hacia las experiencias que el método científico no puede llenar…únicamente la experiencia de la poética detonada por el maestro/creador. De ahí que la poética de la enseñanza sea:
El lenguaje perdido del arte Quedó la sensación… se perdió la sensibilización Este ensayo es el resultado de una investigación activa realizada dentro del Centro de Investigación, Documentación y Difusión de la Danza José Limón del Instituto Nacional de Bellas Artes. El Propedéutico sobre la poética de la enseñanza como parte de un trabajo colectivo que duró aproximadamente cinco años, revisó y cuestionó conceptos de uso común y cotidiano en los maestros de arte con los que trabajamos. Las conductoras hicimos preguntas a los docentes sobre su forma particular de ejercer la didáctica. En general, las preguntas suscitaron más silencios que respuestas. Porque hay un mensaje potente y radical detrás de cada una: ¿cómo y frente a qué estimular el desaprendizaje, el redescubrimiento, la transformación y la autoeducación para reconocer nuestra propia poética? El sentido del Seminario de la poética de la enseñanza que desarrollamos posteriormente nos permitió descubrir y definir las respuestas. Los ejercicios de sensibilización, tan socorridos en el inicio de toda educación artística, dieron pie a diversos cuestionamientos. Por ejemplo: si limitado a lo psicológico del proceso de sensibilización, ¿puede darse o entenderse también un proceso creador? ¿Cómo hacer para que esta experiencia didáctica sea memorable, vital y provocadora de metáforas y poéticas personales? Me explico. Los docentes que estimulan los sentidos mediante olores, sabores, sonidos, colores, historias o situaciones concretas permiten que los participantes vivan una experiencia de sensaciones que traen recuerdos a la superficie. El recuerdo, a su vez, provoca otras y más profundas vivencias que son sentimientos de agrado o desagrado. Esta cadena de experiencias deriva en emociones complejas. Al término del ejercicio los participantes describen su tránsito. Pero nada más. La pregunta sobre cómo lo psicológico se convierte en semilla para el proceso creador pretende impedir que el ejercicio de sensibilización se limite a lo terapéutico, en vez de ser el catalizador de imaginarios reveladores para el sujeto de la poética. Durante el Propedéutico comprobamos la poderosa presencia de hábitos, estereotipos y vicios de instrucción. Esto, en docentes muy jóvenes, es comprensible. Hay temor al riesgo y por tanto, todo es predecible. Confunden sensibilización con experiencias sin consecuencia ni compromiso. Se verifican en autocomplacencia ligera. Y todo se queda ahí. Entonces ¿qué es sensibilizar? Es permitir que la integración cuerpo/psique a través del hacer-sentir-pensar produzca experiencias y significados inéditos, solicitando imágenes poéticas que son la extensión de las sensaciones, revelaciones y misterios vividos. Quedó la expresión literal… se perdió el “presionar hacia fuera” lo invisible Arte es un compromiso para crear un futuro de lenguaje personal, propio de cada intérprete o creador. Un futuro de lenguaje es una manera inédita de decir lo familiar o lo recién descubierto; es un germen de expresión que asombra y que requiere de posterior elaboración y sistematización. Remueve los velos de la percepción esquematizada. Destruye los patrones cotidianos de la significación. Descubre dimensiones desconocidas. Andamos tras la búsqueda de la autenticidad perdida. Nada fácil. Los maestros participantes en el Propedéutico reflexionaron sobre la importancia de cómo expresar y comunicar la subjetividad, muchas veces oculta tras la máscara del hermetismo o de los estereotipos de la consciencia colectiva. El miedo a la propia vulnerabilidad inmoviliza. Las conductoras decidimos que era el momento de proponer un viraje. Había demasiada comodidad en los ejemplos didácticos de los maestros. Se les invitó a reflexionar sobre el término expresión como un “presionar hacia fuera” de las fuerzas profundas que mueven sangre y nervio. Entrar ahí requiere de intención y preparación. Requiere trascender los miedos. Requiere situarse en el tiempo profundo. Atreverse a vivir el instante apasionado. Es tocar la aureola de la autenticidad. Primero hay que romper las máscaras. Es el primer paso del desaprendizaje requerido. Los maestros se cuestionan: ¿Cómo exigir la mirada interna en el estudiante si el propósito de la escuela no lo contempla? ¿Tiene sentido la poética de la enseñanza en un contexto de educación masificada? “Más que nunca...”, fue la respuesta. La percepción que sólo alimenta los sentidos externos es un espejo ciego. Los sentidos suelen negarnos la mirada interior. El foco de atención en lo físico puede cerrar otros canales de percepción que tienen acceso a la multidimensionalidad de la psique. Por lo tanto, expresión significa literalmente presionar hacia afuera… la inmensidad de mundos internos ocultos a la evidencia de la aprehensión sensible y ajenos a los estereotipos de la consciencia colectiva. Quedó la imaginación formal… se perdió la ensoñación Según Jean Delay la ensoñación nace de una consciencia sin tensión. Nace a partir de una imagen que agrada “porque acabamos de crearla, fuera de toda responsabilidad, en absoluta libertad de la ensoñación”. Cuando el maestro/creador trasciende y transforma la imagen-objeto de la vida cotidiana, produce poética. Para ello ha pasado por la experiencia de la ensoñación. Es un viaje hacia el interior de sí mismo. Requiere soltar los estribos de los programas mentales estructurados, sistematizados y solidificado en ladrillos de información predecible, vacíos de sentido vital y autenticidad. La ensoñación rompe con toda lógica cotidiana y crea un mundo de realidades congruentes dentro de otro orden de percepción y entendimiento. Obedece a la propia movilidad del espíritu, con su lógica particular y única para cada creador. Quedó el tiempo lineal… se perdió el tiempo profundo o instante apasionado El artista/creador/docente que conoce la ensoñación que lo libera de la imagen/objeto predecible toca dimensiones inéditas de sí mismo pasando del tiempo lineal al tiempo profundo. Es el “instante apasionado” que se expresa en una lucidez explosiva. Es detonador de visiones remotas o inmediatas. Es sabiduría sin paralelo. Se abre a revelaciones desconcertantes y sensaciones efervescentes. Es el contacto directo con el Yo Soy más puro y auténtico. En ese estado escribía Walt Whitman estas palabras: “Ningún tiempo es tan grande para mí como este minuto de hora que me viene a través de millones de siglos”.[1] El tiempo lineal trabaja la anécdota. Narra cronológicamente los hechos. Acción y reacción. Causa y consecuencia. Inicio, desarrollo y conclusión. El tiempo no lineal o profundo, por el contrario, recibe la información en el instante y trabaja la multidimensionalidad de manera simultánea. Está inmerso en el aquí y ahora. Es presente puro de percepción. Es un instante inflamado de energía vital. Lo provoca un estímulo externo visual, sonoro o aromático. Lo provoca un recuerdo o una sensación, por más pequeña que sea, siempre inmensa y vital. Quedó la dualidad… se perdió la unidad mente-cuerpo La extrema obediencia a la técnica deriva de un pensamiento dualista, ese que concibe y percibe al cuerpo aislado del pensamiento o de la mente, cuando no hay separación entre espíritu y materia. Por ello la antropología teatral define toda técnica como una manera de pensar. Es el espejo de un universo simbólico/cultural de valores. Preparar al cuerpo para desarrollar un número determinado de habilidades sirve a un fin. Ese fin, en el terreno de la formación artística, es socio/cultural, estético, incluso hasta político y alimenta intuiciones, sensaciones, nociones y expectativas individuales sobre lo que es el arte en general. Además, determina el tipo de habilidades a desarrollar. La técnica es, por tanto, una expresión sintética y condensada de un macrocosmos de valores. En la estructura de la técnica, en su lógica, siguiendo la teoría de los fractales, converge con el sistema con que opera el mundo. Reproduce el sistema del mundo. Quedó la memoria inmediata… se perdió la memoria arquetípica Toda improvisación alrededor de un tema concreto en presente puro de percepción despierta la memoria involuntaria. Otros le llaman la memoria antigua o arquetípica guardada en nuestro código genético. Se percibe como una intuición, presente puro de percepción. Es una totalidad integradora. Para llegar a ella hay que desterrar los miedos. Permitirse un estado de vulnerabilidad, de apertura, de disposición al encuentro. En el Propedéutico los maestros discutieron respecto al compromiso con el ejercicio de improvisación. ¿Está preparado el maestro para sentir y descubrir lo que pretende que el estudiante sienta y descubra? “Aquí no sucede nada” fue la sensación que dejaron muchos de los ejemplos presentados por los participantes del curso. La resistencia a viajar profundo dentro de sí mismo es la primera limitación que se autoimpone el maestro y se refleja en su práctica docente. “En todo momento el artista debe escuchar su intuición. Eso es lo que hace al arte la más real de todas las cosas,” dice Proust. Y concluye: “Lo que arrastramos fuera de la oscuridad de nuestro interior, aquello que es desconocido por los demás, es lo nuestro.”[2] Las discusiones se centraron en este punto. ¿Qué de lo expresado por el maestro es experiencia vivida? ¿Cuándo es que sólo reproduce un programa mental impuesto por años de aprendizaje pasivo? ¿Cuál de sus prácticas es una extensión auténtica de sí mismo para provocar en el estudiante la búsqueda de su propio camino? Quedó la imagen objetiva… se perdió la imagen poética Todo ejercicio de sensibilización y de improvisación debe llegar a este punto. Porque la memoria involuntaria/arquetípica que aparece en las vivencias solicita la imagen poética para concretarse en proceso creador. Hemos dicho durante el Propedéutico que la imagen poética no pertenece al repertorio de las imágenes visuales cotidianas. Las trasciende. Las cuestiona. Las invierte. Las colorea. O deforma. O las deja atrás para inventar otras mediante metáforas insólitas. Esto ha causado azoro. Los maestros han tenido que revisar sus ejercicios, sus juegos basados en imágenes cotidianas, predecibles. La comodidad de sus estrategias didácticas empieza a romperse, sobre todo cuando se percatan de que el miedo a imaginar mundos potenciales es el resultado de la educación formal, diseñada para fabricar clones adaptables a los mandatos del poder. Gastón Bachelard, en su libro El aire y los sueños lo aclara: “Queremos siempre que la imaginación sea la facultad de formar imágenes. Pero es más bien la facultad de deformar las imágenes suministradas por la percepción y, sobre todo, la facultad de librarnos de las imágenes primeras, de cambiar las imágenes”[3] A continuación algunos ejemplos:[4] “Pájaros que echan raíces / y árboles en largo vuelo verde…” (José Ramón Nevárez) “Llora el hielo/ quiere ser diamante… (Meztli Vianey Suárez Mc-liberty) “Un pájaro vivía en mí /Una flor viajaba en mi sangre…” (Juan Gelman) Gracias a lo imaginario, la imaginación es dentro del psiquismo humano la experiencia misma de la apertura, la entrada a lo insólito y a la soberanía de mundos subjetivos que propicia la poética. Más que cualquier otra potencia, revela la esencia de lo que somos. Como proclama Blake: “La imaginación no es un estado, es la propia existencia humana”.[5] La imagen poética no se racionaliza, se vibra. Pone en estado de shock al hemisferio izquierdo del cerebro y abre el caudal intuitivo y creador del hemisferio derecho. La metáfora poetica es uno de los instrumentos didácticos más eficaces para despertar la imaginación creadora y potenciar mundos inéditos. Quedó la intuición… se perdió el desarrollo consciente de un producto Durante el proceso creador las defensas del soñador se aplacan para entrar en procesos de vulnerabilidad extrema que desnudan su psiquis y espíritu humanos. Desnudo significa literalmente: sin nudos. El corazón se abre. Los procesos racionales se hacen a un lado. El intelecto observa. Es testigo. Los estereotipos se disuelven. Los sentidos internos son los portales por donde se asoman los secretos. La memoria involuntaria es la protagonista de la acción. Aceptamos el torrente de imágenes. Algunas quedan, otras se desechan. Permanecen las más significativas. Las que pueden transformar nuestra sensación, nuestro lenguaje. Están cargadas de emoción, de energía psíquica. En el Propedéutico hemos visto cómo en este momento se inicia un proceso de creación que va de la improvisación, a la selección de intuiciones o gérmenes luminosos, a la elaboración de lo seleccionado, a la sistematización de imágenes poéticas en un lenguaje personalizado, preciso, congruente con todo el proceso vivido. Este lenguaje integra las funciones de la psique, unidad compleja que contiene la memoria, la imaginación, lo sensible, el sentimiento, el intelecto y la razón. Quedó la categorización rígida…….se perdió la experiencia estética abierta Hoy sabemos que un proyecto artístico determina el tipo de poética. En el arte posmoderno hay un arte de impacto y ecléctico. Rompe las fronteras entre arte culto y popular, entre géneros y estilos, entre lo humano y lo pos humano, lo real y lo virtual. No está ligado a nada convencional y estructurado. Esto implica la liberación de toda regla. Hemos discutido que en este contexto es tarea inútil encontrar una definición única del arte. Porque cada quien tiene la suya. Según sus necesidades. ¿Entonces, en qué nos apoyamos para hablar de un producto artístico? Ante la ausencia de criterios universales, sólo hay la intencionalidad artística detrás de la obra. Si esa intención se realiza, la obra cumple su propósito. Sin embargo, intención y propósito son términos que implican un camino y una congruencia. Ya Bachelard nos advirtió sobre aquella movilidad del espíritu que solicita una poética. Para alcanzarla hay un proceso de selección, elaboración y sistematización final de los contenidos poéticos. ¿Qué o quién define las reglas? La intencionalidad misma; la poética que crea sus propias leyes. Me identifico plenamente con la sensatez de Ted Cohen, crítico del arte, cuando afirma que no ve ningún sentido en definir qué es arte y qué no lo es, cuando lo importante es el tipo de relación que el espectador establece con el hecho artístico. Esta relación tiene implicaciones importantes: “me responsabiliza de aprehenderla con seriedad y ésta, a su vez, se responsabiliza de hacer significativo este encuentro”.[6] Quedó la educación fragmentada…..se perdió una ética de la enseñanza Cuando salimos de viaje es útil saber hacia dónde nos dirigimos. Pero lo único cierto y real durante el viaje es el paso que damos en cada momento. Lo único que existe es el aquí y ahora, el instante íntegro, total. En La nueva tierra, Eckhart Tolle escribe que el viaje de tu vida tiene un propósito externo y otro interno. El propósito externo es llegar a una meta o destino, lo que por supuesto implica un futuro. Pero ¡ojo!, si los pasos que se van a dar en el futuro absorben tanto nuestra atención que se vuelven más importantes que el paso dado en el aquí y ahora, donde hacer/sentir y pensar es condición primordial, entonces perdemos completamente el propósito interno. Éste, dice Tolle, no tiene nada que ver con el destino del viaje. Tiene que ver con la calidad de la conciencia en este momento. El propósito externo pertenece a la dimensión horizontal del espacio y el tiempo. En el caso de la enseñanza corresponde al plan de estudios. El propósito interno ---el por qué y para qué de lo que hago-- concierne a una profundización del ser interior en la dimensión vertical del instante, donde el instante es la síntesis de espacio y tiempo, presente puro. El viaje externo puede constar de un millón de pasos; el viaje interno sólo tiene uno: el que estamos dando en este momento a partir de la congruencia de la movilidad del espíritu inherente a todo creador. La ética de la enseñanza tiene que ver con la calidad de la consciencia del maestro/creador –en el aquí y ahora-- para detonar en el joven un camino de desaprendizaje, redescubrimiento, transformación y autoeducación. Estamos frente a un regreso al origen. Estamos recordando quiénes somos. El “conócete a ti mismo” del oráculo de Delfos sigue vigente en cada parpadeo. Conclusión: El Propedéutico de la poética de la enseñanza, diseñado para rescatar el lenguaje del arte y naturaleza propia de la educación artística nos aclaró muchas cosas, entre las más importantes, el hecho de que la poética de la enseñanza se encamina a formar artistas en tanto que personas que tienen una disposición creativa ante la vida. En el campo que se desempeñen, sea artístico o no, lo aprendido permite la lectura e interpretación y reformulación creativa del mundo. Esto no implica una remodelación de los planes de estudio. Tampoco la desaparición de la Secretaría de Educación Pública, aunque por su ineficacia podría colapsarse. Implica la presencia de un maestro que resuelve la esquizofrenia de la sociedad en su didáctica, uniendo el hacer-sentir y pensar con los principios del arte, en todo momento. Así, el aula del maestro/creador es el mundo. El estudiante continúa ejerciendo la consciencia de los principios del arte fuera y dentro de la escuela. No está restringido a horarios, temas o créditos. Así trasciende la fragmentación escolar de tiempos y espacios. Vive la vida según el proceso integrador del artista. Y al igual que el artista, es el responsable único de su propia obra. Esto requiere de un maestro/guía creador. Se asemeja al artista/creador en tanto que ambos viven el estado de la poética para distintos fines: el creador para la construcción de una obra artística; el maestro para la construcción de una vida docente impregnada por los principios del arte. La poética del docente se cristaliza cuando el otro construye un nuevo aprendizaje y atrae los principios del arte a su vida, sea artista o no. Porque la educación artística puede encaminar a la formación de artistas, pero también a la de no artistas. Así, trascendemos el salón de clase como espacio único para la enseñanza aprendizaje cuando los principios del arte abajo enunciados son aplicados a la vida cotidiana, convirtiendo al mundo en el aula del maestro creador. La propuesta de la poética de la enseñanza no es para ninguna materia en específico y funciona para todas. La poética de la enseñanza es una fortaleza, un poder creador, cualidad que brota de la sabiduría del maestro (no importa su edad, escuela o materia) cuando llega a reconocer, a hacer consciente su soberanía para promover una práctica liberadora de la docencia. La poética no se enseña, se descubre y desarrolla mediante una experiencia vital. “Sólo se puede provocar con situaciones límite iluminadoras”, como diría Luis de Tavira en sus clases de pedagogía del actor. Y como ya hemos visto, tiene una ruta de viaje que es el desaprendizaje, el redescubrimiento, la transformación y la autoeducación. Estas son las categorías formativas de la poética. Ha sido fascinante descubrir que es inherente a la poética un concepto del aprendizaje que coincide con el "modelo alostérico del aprendizaje" del doctor en biología y ciencias de la educación, André Giordan, de la Universidad de Ginebra. Este modelo recibe su nombre del propio comportamiento de la vida. Las proteínas enzimáticas llamadas alostéricas tienen la propiedad de cambiar de forma y actividad en función de las características del medio ambiente. Para el tema que nos ocupa, el estudiante está inmerso en un proceso de aprendizaje que se caracteriza por la aproximación, el interés, la confrontación, la descontextualización, la interconexión, la ruptura, la alternancia, la emergencia, la pausa, el retroceso, pero sobre todo, la movilización. El estudiante usa sus conocimientos previos y en oposición a ellos mismos, reformula conceptos. Tesis y antítesis. Es decir, hace uso de las herramientas que ya posee para romper con conocimientos pasados que ya no le significan. Este es el único camino posible para la poética que supone un desaprendizaje, un redescubrimienhto, una transformación y la autoeducación como destino final. Además, éste es el modelo de adaptación de la vida misma. Los principios del arte en la educación, mediante la poética:
Al final de este camino se llega a un nivel de concreción, no de evaluación. ¿Por qué? La poética es la construcción de una identidad, es decir, lo que es uno como autenticidad a partir de una situación límite. La poética del límite requiere necesariamente del desaprendizaje, el redescubrimiento, la transformación y la autoeducación. Aparece cuando la educación formal y las estructuras sociales dejaron de tener sentido. Aparece cuando el mundo en el cual fuimos creados, se agotó. Cito a Juan Carlos Arañó Gisbert, catedrático de pedagogía de artes visuales de la Universidad de Sevilla: “El profesor es un cultivador de grietas: su misión es fracturar la realidad aparente para captar lo que está más allá del simulacro.” A esto él le llama la poética del límite. A sus palabras me sumo. Describen con exactitud lo que esta travesía me ha enseñado. [1] Walt Whitman, op. cit., p.55 [2]Marcel Proust, op.cit. [3]Gaston Bachelard en El aire y los sueños, pág. 9 [4]Michael Hamburger en La verdad de la poesía, págs. 45-67 [5] William Blake, citado por Gaston Bahcelard, op. cit., pág.12. [6]Ted Cohen, citado por Marcia Muelder Eaton, en “A Sustainable Definition of Art”, pág. 148
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Patricia CardonaPeriodista, investigadora, crítica y maestra. Archivos
Diciembre 2021
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